Los 'lutier': así es la vieja tradición de la fabricación de violines

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Cuando Ayoung An tenía 8 años, sus padres le compraron un violín. Dormía con él sobre la almohada a su lado todas las noches. Dos años más tarde, abrió una tienda de instrumentos en Pyeongtaek, Corea del Sur, su ciudad natal, y ella se convirtió en un habitual allí, haciendo preguntas. Cuando era adolescente, decidió convertirse en fabricante de violines.

Su viaje la llevó a Cremona —un famoso centro de maestros como Antonio Stradivari desde el siglo 16. Allí, An, que ahora tiene 32 años y es una estrella en ascenso en la fabricación de violines, opera un taller.

Su estudio está lleno de montones de madera que deben secarse al aire libre durante 5 a 10 años o corren el riesgo de deformarse. Comparte el estudio con su marido, Wangsoo Han, que también es fabricante de violines.

Un día reciente, An estaba encorvada sobre un grueso trozo de madera de 50 centímetros. Presionando su cuerpo hacia abajo para hacer palanca, lo raspó con una gubia, quitando capas. Estaba formando una cabeza curva llamada “voluta” para un violonchelo, que tiene un proceso de elaboración similar al de un violín.

“Hasta los detalles más pequeños pueden afectar el sonido”, dijo.

Violines como el suyo, elaborados según la tradición de Stradivari y Giuseppe Guarneri, requieren alrededor de dos meses de trabajo y se venden entre 17 mil 500 y 18 mil 500 dólares. “Puedo hacer un violín en tres semanas, pero no quiero”, dijo An. “Este objeto es muy valioso para la persona que lo compra”.

An tenía 17 años cuando desarrolló un plan para aprender el oficio: se mudaría con una familia estadounidense en un suburbio de Chicago para poder asistir a una preparatoria, dominar el inglés y poder estudiar en la Escuela de Fabricación de Violines de Chicago.

Dos años más tarde, descubrió que una de las escuelas más conocidas para luthiers, la Escuela Internacional de Fabricación de Violines, estaba en Cremona. Así que en el 2011, a los 20 años, se mudó nuevamente a un nuevo país.

Cremona fue el hogar de algunos de los luthiers más famosos de la historia, como Andrea Amati, considerado “el padre del violín”. Para los 160 a 200 fabricantes de violines que hay hoy, la calidad del sonido de los maestros sigue siendo el objetivo. An es el miembro más joven de un consorcio dedicado a defender las tradiciones.

Ella creó el nombre de una artista, Anna Arietti, para encajar mejor con la cultura italiana.

Un momento importante es cuando los luthiers colocan su etiqueta en un instrumento. Para hacer la suya, An estampa su firma con tinta en un pequeño trozo de papel de un libro de segunda mano. También graba la firma de su nombre coreano en el instrumento con marca diminuta.

“Al menos una persona que toca mi violín me recordará 100 o 200 años después”, dijo An.

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