‘Una economía de mercado sólida y eficiente requiere un Estado fuerte’

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“El peronismo inició una dinámica –continuada por todos los gobiernos posteriores– de otorgamientos de privilegios sectoriales” y “para sectores de la sociedad con mucho poder económico y político, la defensa de las instituciones económicas disfuncionales es de su mayor interés”.

“El debate Estado vs. mercado es un pseudoproblema porque una economía de mercado sólida, fuerte y eficiente requiere un Estado fuerte”. “La utopía del anarcocapitalismo es tan irrealizable como la utopía de una sociedad comunista”. “Si queremos tener los niveles de vida de los países ricos, tenemos que tener sus instituciones”. 

Las anteriores afirmaciones son de Carlos Waisman, un sociólogo argentino doctorado en Harvard y profesor de Sociología y de Estudios Internacionales en la Universidad de California. Su trabajo se viene enfocando hace años en la sociología política comparada y en estudiar el caso argentino. La Nación conversó con él sobre los enormes retos que tiene por delante el nuevo presidente de ese país, el libertario Javier Milei. 

Carlos Waisman, un reputado sociólogo argentino, doctorado en Harvard y profesor de la Universidad de California, habla de los enormes retos del presidente Javier Milei en Argentina.

Carlos Waisman, un reputado sociólogo argentino, doctorado en Harvard y profesor de la Universidad de California, habla de los enormes retos del presidente Javier Milei en Argentina.

En Argentina hay un gran debate sobre libre mercado versus Estado fuerte. ¿Cuál es la vía para un país que, como dice el presidente Milei, “inició el siglo XX siendo el país más rico del mundo, y hoy, al tipo de cambio paralelo, es el 130”?

El debate Estado versus mercado tal como se discute en la política argentina es un pseudoproblema en el sentido de que una economía de mercado sólida, fuerte y eficiente requiere un Estado fuerte. La idea del anarcocapitalismo es utópica. No hay duda de que el mercado es el mecanismo más eficiente para la asignación de recursos, y que el que niega esto no conoce los datos y no mira el mundo; pero para funcionar, el mercado requiere un Estado que tenga dos propiedades. Primero, que no esté penetrado por intereses sectoriales que lo usen como instrumento: si hay un partido de fútbol entre dos equipos, usted no solamente necesita un árbitro, sino un árbitro que sea neutral entre los dos equipos.

En segundo lugar, ese Estado debe tener fuertes capacidades para realizar las tareas sin las cuales la economía de mercado no puede existir. ¿Quién establece y garantiza efectivamente los derechos de propiedad? ¿Quién emite la moneda de modo que conserve su valor? ¿Quién lleva a cabo políticas económicas que permitan que el crédito exista? ¿Quién protege los derechos básicos de los distintos agentes económicos? Solamente puede hacerlo un Estado fuerte capaz. De modo que la idea del anarcocapitalismo es una utopía tan irrealizable como la utopía de la sociedad comunista. 

Milei tiene una utopía de futuro que remite al pasado, a esa Argentina de la Constitución de 1853 hasta de principios del siglo XX. ¿Está bien mirar ese país como ejemplo?

Está muy bien. Argentina no era el país más rico del mundo, como dice el presidente Milei, pero sí era uno de los países con alto ingreso en el mundo. La razón por la que mis abuelos y los de gran parte de los argentinos emigraron a Argentina no es porque habían leído la Constitución argentina, sino porque sabían que allí podrían tener salarios más altos que en su país de origen y tendrían posibilidad de progreso y de movilidad social para ellos y sus hijos.

Esa es la razón por la que Argentina fue el segundo país receptor de inmigración europea entre 1870 y 1930 después de Estados Unidos. ¿Cómo logró Argentina que los salarios de los trabajadores fueran iguales o más altos que en varios de los países de Europa occidental y con buenos indicadores de salud y educación?

Argentina pertenecía a un grupo de países que los economistas del período de entreguerras llamaban ‘tierras de asentamiento reciente’, una de cuyas características era una integración fuerte a la economía mundial, en otras palabras: una economía exportadora. Y quiero aclarar que no era solo una economía agroexportadora, pues hubo un alto nivel de industrialización en la década del 20. Y además era una economía abierta al mundo: una economía en la cual las barreras a la importación de toda clase de productos, inclusive los que compiten con la producción local, eran muy bajas o inexistentes. 

Subraya el tema de la importación. ¿Por qué es clave?

Cuando se tiene una economía abierta, las industrias que existen son internacionalmente competitivas, por lo menos dentro de sus mercados, y uno esperaría que si son competitivas dentro de sus mercados, muchas también puedan serlo en los mercados internacionales. Pero, además, el nivel de control del Estado sobre la economía era muy liviano: no había —o había pocas— empresas de gestión directa estatal y el nivel de regulaciones económicas por parte del Estado era muy light.

¿La calidad de ese Estado del siglo XIX y principios del XX es una diferencia clave?

Lo que idealmente hace falta es un Estado pequeño pero eficiente. Que sea relativamente autónomo de intereses sectoriales y que tenga un alto nivel de capacidad en las tareas que debe realizar para que la economía funcione. Que sus regulaciones sean efectivamente realizadas y que promuevan la competencia, no que la inhiban. Y si ese Estado distribuye recursos a través de educación, salud, jubilaciones, que lo haga de manera eficiente, para contribuir al desarrollo económico, no para inhibirlo. 

¿Qué pasa después de la posguerra?

Básicamente, el peronismo significó un viraje radical en el modelo de desarrollo argentino. Llevó la economía hacia adentro con medidas de protección a la industria, como tarifas aduaneras que impiden la importación y otras barreras. Luego de la crisis de la Depresión y la Segunda Guerra Mundial, se habían desarrollado en la Argentina industrias orientadas hacia el mercado interno que, al ser creadas en una situación de emergencia, no eran internacionalmente competitivas. Y quiero aclarar que no estoy en contra de la protección a la industria ni nada por el estilo, sino en contra de ciertos tipos de protección que inhiben el desarrollo económico y que transformaron a Argentina en un país subdesarrollado. 

En Argentina se cuestiona mucho la política de sustitución de importaciones…

El tipo de protección que se estableció y perduró hasta ahora tiene tres características que no son muy útiles. En primer lugar, es bastante indiscriminada, no selectiva. En segundo lugar, ha sido ilimitada en el tiempo. No se les decía a los productores textiles: ‘durante 20 años te reservo el mercado, tendrás un mercado cautivo, pero en 20 años te levanto la protección y si ahí no puedes competir con las importaciones, desapareces’. Y, en tercer lugar, no fue condicionada, como ocurrió en algunos países del este de Asia, donde el Gobierno protegió a ciertas industrias con la condición de que desarrollaran capacidad exportadora. 

Hay quienes dicen que el proteccionismo no es necesariamente malo…

Seguro. Un gobierno puede decir: ‘necesitamos producir medicamentos esenciales para la salud, aunque lo hagamos con empresas que no son internacionalmente competitivas’. Pero no hay que olvidar que la segunda dimensión de la revolución peronista fue transformar la relación entre el Estado y la economía: el Estado empezó a gestionar directamente parte de la economía a través de las empresas públicas nacionalizadas a lo largo de décadas.

Además, aumentó progresivamente el tipo de regulaciones en todas las esferas de la actividad económica, muchas de las cuales inhiben la competencia. Una dinámica que continúa hasta el presente y que fue continuada por todos los gobiernos posteriores, tanto peronistas como no peronistas, civiles y militares.

¿Cómo es esa matriz?

Se generó una dinámica de otorgamientos de privilegios sectoriales a distintos grupos, distintas industrias y distintas provincias. Un ejemplo es el caso de Tierra del Fuego, donde se generan unos pocos miles de puestos de trabajo y los 46 millones de argentinos tienen que pagar muchísimo más por los productos electrónicos que usan. Me parece, francamente, un caso de manual sobre protección mal entendida. 

Con esta radiografía que hace, ¿se puede pasar de un día para el otro a un régimen de libre mercado?

Ese es el problema: que luego de setenta u ochenta años de este régimen, atenuado bajo algunos gobiernos, intensificado bajo otros, esto se institucionalizó. Y esto significa que los intereses de grupos centrales con poder económico y político en la sociedad argentina están comprometidos con la mantención de estas instituciones económicas disfuncionales, aunque todos estemos de acuerdo en que son disfuncionales. 

¿Qué tan difícil es cambiar eso?

Lo que está planteando Milei es revertir la revolución de la posguerra y volver a establecer una economía abierta de mercado cuya relación con el Estado sea mucho más favorable al crecimiento económico de lo que es actualmente. Eso implica una transformación del Estado y los obstáculos son inmensos porque, como decía antes, para sectores de la sociedad con mucho poder económico y político, la defensa de las instituciones económicas disfuncionales es de su mayor interés. 

¿Por dónde empezar?

La tarea es inmensa. La mayor parte de la administración pública argentina debería ser reconstituida. Necesitamos una administración pública fuerte y competente y eso implica que sus miembros deben ser reclutados por concurso, que deben ser evaluados regularmente, que deben tener ingresos lo suficientemente altos como para que la corrupción no sea una tentación y que debe existir —y esto es crucial— un sistema de justicia de alta calidad que pueda proteger el cumplimiento efectivo de las leyes. Un sistema de justicia efectivo es la mejor garantía contra la corrupción.

Ahora, sectores muy importantes del empresariado dependen de la protección: si esta se levantara de manera brusca, una gran parte de las industrias desaparecerían. Muchas se reconvertirían si existen las condiciones adecuadas, pero otras desaparecerían. Los trabajadores de esas industrias, obviamente, están contra la apertura de la economía, así como las autoridades locales y provinciales de los lugares en que estas industrias están establecidas. 

¿A qué ‘condiciones’ se refiere?

La apertura de la economía no consiste simplemente en levantar las tarifas de importación, o levantar esa cosa incomprensible en Argentina que son los impuestos a la exportación. Junto con que baje o desaparezca la inflación se necesita que haya crédito: el capitalismo es inconcebible sin crédito.  

El Plan Marshall fue clave para Europa. ¿El rol que tiene el FMI se parece en algo o es un obstáculo?

El FMI no es una agencia de desarrollo. Es una agencia de administración de quiebras y existe por razones geopolíticas: las grandes potencias occidentales usan el FMI para ayudar a los países a los que quieren ayudar. En los 90 yo codirigí un proyecto importante acerca de los procesos de democratización y de liberalización económica en Europa central y oriental, por un lado, y de América Latina, por el otro.

Y una conclusión central de ese proyecto es que en los casos exitosos de liberalización económica se dieron cuatro factores: primero, un gobierno decidido a abrir, a liberalizar la economía; segundo, un gobierno que tiene el poder para emprender el camino, bien porque tiene el consenso de las élites económicas y políticas, o porque las élites opositoras están debilitadas; tercero, un Estado con capacidades básicas como para realizar las tareas de privatización, de desregulación y apertura de la economía; y cuarto, en todos estos casos, la ayuda de potencias extranjeras que abrieron los mercados y generaron flujos de inversiones por razones geopolíticas. 

Si China quisiera tener ese rol, ¿sería problemático?

Comercio e inversión, bienvenidos. Subordinación geopolítica, no. Si el objetivo del Gobierno argentino es formar parte del bloque occidental, obviamente no fue una gran idea entrar en los Brics, que es una alianza política, no un programa de integración económica, y cuya potencia hegemónica es China. 

De hecho, Milei retiró a Argentina de los Brics…

Exactamente. La transformación que propone Milei es complejísima y requiere una serie de tareas. Una de ellas es la pedagogía. Hay un libro interesante de Manuel Mora y Araújo, basado en una encuesta sobre la mentalidad de los argentinos, donde muestra que el proteccionismo y el estatismo son parte del sentido común de la sociedad argentina. Y es muy difícil ir contra el sentido común en una situación en la cual hay élites empresariales, sindicales y políticas opuestas a la apertura de la economía y el sentido común de la mayor parte de la población acompaña esa posición.

Por eso es muy importante abrir una gran discusión en la sociedad para intentar cambiar ese sentido común. Es necesario que el Gobierno haga política, lo que significa formar alianzas, negociar y llegar a acuerdos. Así se hacen las reformas en democracia. Si queremos tener los niveles de vida de los países ricos, tenemos que tener sus instituciones. Ese es un hallazgo central de la ciencia social. 

LUCIANA VÁZQUEZ - PARA LA NACIÓN (ARGENTINA) - BUENOS AIRES - GDA

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