‘Pocos se atrevieron a acompañarlo en su lucha’: Rodrigo Lara a 40 años del asesinato de su padre

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Rodrigo Lara Restrepo cumplirá 49 años el próximo 12 de mayo, 41 de los cuales los ha pasado sin su padre, Rodrigo Lara Bonilla. Para el hijo mayor del entonces ministro de Justicia, la lucha de su padre, quien fue asesinado por orden del cartel de Medellín en la noche del 30 de abril de 1984, es más que un recordatorio de una época oscura para el país. “El sacrificio de él terminó siendo un mensaje y un ejemplo para que muchos otros colombianos se atrevieran a vencer el miedo a la muerte”, dice.  

En entrevista con EL TIEMPO, Lara Restrepo recuerda el legado de su padre y reconstruye los momentos previos al asesinato de quien era entonces, uno de los dirigentes políticos que lideraba la lucha frontal del Estado contra la mafia.  

¿Cómo recuerda los días previos al crimen en contra de su padre? 

Era muy joven, tenía 8 años. Recuerdo que en nuestro hogar hubo mucha tensión los días previos y naturalmente se sentía mucho miedo porque las amenazas eran constantes y, aunque éramos muy niños, sentíamos y podíamos percibir la tensión permanente en la que vivía mi padre. También percibimos y se escuchaba que él se sentía muy solo en esa lucha que estaba librando, porque mucha gente prefirió guardar silencio y dar un paso al costado. La verdad es que la amenaza de esa organización criminal tan tenebrosa que él enfrentaba era muy grande y él de alguna manera sabía que era muy probable que lo asesinaran. 

En el 2012 el crimen fue declarado de lesa humanidad para evitar que la investigación por el primer magnicidio de la mafia prescribiera por tiempo.

En el 2012 el crimen fue declarado de lesa humanidad para evitar que la investigación por el primer magnicidio de la mafia prescribiera por tiempo.

Foto:Archivo EL TIEMPO

Viendo todo esto que ocurría, ¿su padre les comentaba a usted y a sus hermanos la relevancia que tenía su labor para el país? 

Mis hermanos en aquel entonces eran muy niños, el segundo tenía 6 años y el menor 3, pero yo sí trataba de involucrarme en las cosas que él hacía, era muy cercano a él y hasta cierto punto sí lográbamos entender la lucha que él estaba librando y también entendíamos lo importante que era su trabajo para el país. 

¿Qué vino para usted y su familia luego del asesinato de su padre? 

Cuando a mi padre lo asesinaron fue un traumatismo muy profundo para mi mamá, que era una mujer muy joven, ya que ella apenas tenía 27 años. Para nosotros fue el fin del mundo, en ese momento salimos del país y estuvimos muchos años afuera y estar en el extranjero y desconectarnos de ese ambiente en el que murió mi padre nos ayudó a reflexionar, a pensar en las heridas y en convertir todo ese dolor y esa tragedia en energía y fuerza para renacer, para volver a nacer y salir adelante, no teníamos una alternativa distinta. En últimas, el ejemplo de mi padre siempre fue ese: luchar y ponerle carácter y fuerza a la vida. 

Luego de 40 años, ¿cree que esa espiral de violencia se ha ido frenando? ¿Hoy Colombia es un país diferente? 

El problema sigue ahí, el problema es el narcotráfico. Sin embargo, el narcotráfico como amenaza, es decir, la naturaleza misma de esa amenaza ha cambiado. Hace 40 años lo que estaba en juego era evitar que Colombia se convirtiera en una narcodemocracia, en ese entonces los narcotraficantes eran muchísimo más poderosos que en cualquier otro momento de la historia. En primer lugar, porque ganaban muchísimo más dinero y porque estaban organizados en estructuras centralizadas y porque su propósito era el de tomarse el poder público, es decir, tomarse el Estado colombiano. En aquel momento se necesitaba de hombres con unas convicciones y unas determinaciones democráticas muy claras, muy sólidas y con un carácter excepcional como el de mi padre para enfrentarlos. 

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Por eso, cuando él murió, el exrector de la Universidad Externado, Fernando Hinestrosa, dijo: ‘A Rodrigo lo dejaron solo’. Muy pocos se atrevieron a acompañar a mi padre en una lucha tan difícil y sobre todo tan riesgosa. El sacrificio de él terminó siendo un mensaje y un ejemplo para que muchos otros colombianos se atrevieran, al igual que él, a vencer el miedo a la muerte, que es el arma de dominación del criminal, y a luchar por sus convicciones de una mejor Colombia y de una democracia más sólida. 

Alberto Santofimio durante la presentación de su libro en Ibagué.

Alberto Santofimio Botero fue incluido en la investigación por el crimen de Lara Bonilla.

Foto:Fabio Arenas

¿Cree que esa historia se puede repetir? 

La democracia es algo por lo que hay que luchar todos los días. De alguna manera, las generaciones de posguerra crecieron pensando que la democracia era algo que estaba ahí, que nunca se iba a ir. Pero las democracias son frágiles, las democracias hay que cuidarlas y hay que protegerlas y obviamente la corrupción es una de las principales amenazas que enfrentan. Entonces es una amenaza latente que siempre puede volver. Ahora, organizaciones como el cartel de Medellín o el cartel de Cali y otras de ese tipo no se han vuelto a ver. Las Farc y los paramilitares fueron amenazas, pero su naturaleza siempre fue distinta: de alguna manera utilizaban el narcotráfico para otros propósitos. Las otras amenazas eran netamente narcotraficantes y su propósito era tomarse el Estado para enriquecerse. 

Usted menciona mucho las convicciones que tenía su padre y esa fuerza para luchar por la democracia, ¿cree que hoy las figuras políticas carecen de ese espíritu? 

En aquel momento se necesitaba de hombres con unas convicciones y unas determinaciones democráticas muy claras, muy sólidas y con un carácter excepcional como el de mi padre para enfrentarlos. 

La política se ha vuelto un poco aséptica. Ahora pareciera que el buen político es el tímido, es el tibio, es el que no tiene convicciones y no el que parece sujetarse a eso que llaman opiniones técnicas. Esos son valores y principios para un buen funcionario, más no para un dirigente de una nación. El dirigente de un país tiene que ser un hombre que luche por unas ideas profundas, por un sueño colectivo que tiene que ser superior a sus circunstancias personales, es decir, el gran dirigente político tiene que creer y tiene que creer en algo, tener el carácter y la fuerza para luchar por esa convicción y eso pareciera perderse.

 Hoy se le rinde tributo al político tibio y el político tibio es un político parásito porque no se desacomoda, no se incomoda y que no se ensucia la bota del pantalón, que siempre quiere quedar bien. Entonces es un político de ubicación: un día está con la izquierda, un día está con la derecha. Siempre hay que mirar en el fondo del corazón si ese político cree en algo y siempre desconfiar del que dice no creer en nada. 

¿Cuál cree que es el legado que le dejó su padre al país? 

Convicción, ideales y mucho carácter. 

¿Qué de ese legado está tomado para su propia vida? 

Yo soy un hombre profundo convicciones, yo soy un liberal reformista, un liberal socialdemócrata, creo en esas ideas, creo en esos ideales, creo en la capacidad del Estado para hacer reformas progresivas, mejorar las condiciones de la sociedad y al mismo tiempo tengo la profunda determinación de luchar por las ideas en las que creo, eso me dejó mi padre.  

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¿Cómo analiza la situación del país hoy? 

El ambiente es muy confrontacional, veo este año un verdadero toma y dame. El Gobierno organiza unas marchas, la oposición organiza otras y hay muy poca capacidad real de diálogo. El Gobierno ve en sus reformas una manera de minar la financiación tradicional de lo que ellos consideran es el establecimiento y sus actores políticos, y el establecimiento tradicional, pues, ve la reforma a la salud y la reforma pensional los pilares de un orden social y de un orden económico que no es el suyo. Es un ambiente de muy poco diálogo, lamentablemente, y los que sufren son los colombianos que salen a trabajar todos los días. Estamos entrando en una espiral confrontacional y mientras tanto el país está sumido en unas tasas de crecimiento muy mediocre, en un momento en el que Colombia está viviendo un dividendo demográfico, es decir, en el que hay un porcentaje muy alto de compatriotas en edad productiva de trabajar, pero que no lo logran. La oposición hoy parece una suma de activistas rabiosos y el Gobierno se ve caótico y desordenado. 

REDACCIÓN POLÍTICA

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