¿Después de la tempestad viene la calma? / Análisis de Ricardo Ávila

hace 2 meses 20

No importa si se trata del cajero de turno, el subgerente de la sucursal o la alta ejecutiva. Por estos días, cualquier persona que trabaje en una entidad de crédito en Colombia responde con las mismas palabras cuando se le pregunta cómo están las cosas en su sector: “difíciles”, “complicadas”, “desafiantes” son algunos de los adjetivos que se repiten.

Basta con mirar algunas cifras para encontrar el sustento de tales calificativos. Según lo muestran las estadísticas consolidadas, en 2023 confluyeron una serie de circunstancias que afectaron el desempeño de la gran mayoría de compañías del ramo. Como lo resumió un experimentado banquero: “el pasado fue un año para olvidar”.

Si bien las utilidades conjuntas superaron los ocho billones de pesos, la suma es casi la mitad de la registrada en 2022. “A diciembre pasado, 22 de 52 entidades mostraron pérdidas, donde ocho correspondieron a establecimientos bancarios”, explica el superintendente Financiero, César Ferrari.

Aunque el negocio de recibir y prestar plata nunca está exento de retos, hay quienes sostienen que el actual es el momento más complejo desde la crisis financiera que estalló en 1998 y duró hasta el arranque del presente siglo. La diferencia fundamental es que las normas vigentes han permitido que el sistema sea mucho más resiliente, con lo cual sortear el bache sin mayores sobresaltos resulta factible.

“Hay que destacar que los saldos en rojo de algunos no se volvieron crisis”, afirma el presidente de Asobancaria, Jonathan Malagón. “Aquí se comprobó la virtud de las decisiones adoptadas a tiempo y el mérito que le corresponde a la regulación”, añade.

El parte de relativa tranquilidad resulta clave, sobre todo cuando se tiene en cuenta que la economía colombiana apunta a seguir por el carril de velocidad lenta en el futuro cercano. Lo anterior les exige a las autoridades mantener elevado el nivel de alerta, mientras los administradores de las entidades transitan el camino con cautela.

¿Tormenta perfecta?

Entender lo sucedido exige devolverse un poco en el tiempo. A pesar del choque que significó la pandemia, la mezcla de apoyos, alivios y prudencia hizo que esa emergencia se pudiera superar sin mayores contratiempos. De manera paralela, hubo un avance significativo en el uso de herramientas tecnológicas que ayudaron a hacer más eficientes las operaciones en las instituciones financieras.

Por cuenta de tal circunstancia, la reapertura vino acompañada de un auge en la demanda de crédito que encontró una fácil respuesta. Para mediados de 2022 las colocaciones llegaron a aumentar en más del 17 por ciento en términos anuales, lideradas por el segmento de consumo cuyo salto fue de 23 por ciento. Si se tiene en cuenta que la inflación del momento se ubicaba en un dígito, en cifras reales el incremento fue muy significativo.

No obstante, en la medida en que el Banco de la República comenzó a impulsar un alza en los intereses para poner la inflación en cintura, el panorama comenzó a complicarse. No solo por esa causa la economía se ralentizó, ante lo cual quedó claro que la fiesta terminó súbitamente.

Quienes estaban endeudados sintieron en el bolsillo el mayor costo de financiación que, en el caso de las tarjetas de crédito, se tradujo en tasas por encima del 40 por ciento anual. Debido a ello, el número de ciudadanos y negocios que se “colgaron” en sus compromisos creció. En forma paralela, el apetito para asumir nuevas obligaciones se redujo.

Las cifras son elocuentes. De acuerdo con la Superfinanciera, la cartera vencida de los establecimientos de crédito –incluyendo el Fondo Nacional del Ahorro– creció en 39 por ciento el año pasado, hasta más de 34 billones de pesos. Y en lo que atañe al segmento de consumo el salto fue de 46 por ciento. Junto a lo anterior, y una vez se descuenta la inflación, el volumen de préstamos se redujo en 6,6 por ciento.

Quienes estaban endeudados sintieron en el bolsillo el mayor costo de financiación que, en el caso de las tarjetas de crédito, se tradujo en tasas por encima del 40 por ciento anual. Debido a ello, el número de ciudadanos y negocios que se “colgaron” en sus compromisos creció".

Como es de suponer, esta circunstancia hizo que fueran necesarias mayores provisiones en los balances, las cuales actúan como una especie de colchón contable en caso de que no se pueda recuperar lo prestado. Dicho castigo impacta las utilidades, si bien vale la pena subrayar que el efecto es distinto para las entidades financieras a título individual.

El motivo es que no todas las categorías se afectaron de la misma manera, pues los mayores daños se registraron en los capítulos de consumo y microcrédito. Como resultado, las compañías de financiamiento comercial o las especializadas en microfinanzas tendieron en general a salir más golpeadas que un banco con diferentes líneas de negocio.

Para colmo de males, el costo de los recursos aumentó de manera significativa, debido a la confluencia de varios factores. Es conocido que el Gobierno actual ha tenido dificultades a la hora de ejecutar el presupuesto nacional, algo que en la práctica se tradujo unos meses atrás en dinero que se quedó congelado en las cuentas de la Tesorería de la Nación sin que este se pudiera irrigar al resto de la economía durante un periodo extenso.

Semejante anomalía ocasionó una estrechez de liquidez que se combinó con la exigencia de la Superintendencia Financiera en torno al Coeficiente de Fondeo Estable Neto (CFEN). Sin entrar en honduras técnicas, la disposición incentiva que el fondeo de las entidades provenga en alta proporción de recursos estables y de plazos largos.

No hay duda de que la instrucción está bien encaminada y refleja los avances más recientes en lo que corresponde a las llamadas normas de Basilea, orientadas a prevenir riesgos y garantizar la solidez de los intermediarios de crédito. El problema acabó siendo la aparición de una coincidencia fortuita, lo cual llevó a que las tasas de captación que pagaron las instituciones financieras subieron mucho.

Dadas las características particulares de lo ocurrido, los mayores costos de fondeo acabaron siendo absorbidos por las entidades. Eso quiere decir que el margen de intermediación –la diferencia entre lo que se paga y lo que se cobra– disminuyó hasta niveles inéditos: algo más de seis puntos porcentuales, según cálculos de Asobancaria, cuando lo usual hace unos años era estar por encima de ocho puntos.

Aparte de demostrar que no necesariamente el sector financiero gana más cuando los intereses están arriba, otros indicadores se deterioraron. Por ejemplo, la rentabilidad de los activos se ubicó el año pasado en un modesto 0,8 por ciento anual y la del patrimonio en 7,8 por ciento, muy por debajo del promedio de las últimas dos décadas, lo cual ha dado para algunos titulares por parte de la prensa especializada.

Parte de calma

No obstante, quizás la verdadera noticia es que no hubo consecuencias irreparables. A pesar del ajuste monumental que tuvo la política monetaria –en el sentido de encarecer el costo del dinero– y de una desaceleración económica notoria que influyó en el deterioro de la cartera, diferentes mediciones confirman que las cifras fundamentales del sistema son adecuadas.

“Es importante destacar que los niveles de solvencia (capital para soportar las pérdidas) y de liquidez de este tipo de entidades ha permitido mitigar cabalmente el impacto de un año difícil, producto de la materialización del riesgo de crédito asociado a la desaceleración de la economía”, subraya César Ferrari. Sostiene el funcionario que “al cierre de 2023 la solvencia total se ubicó en 18 por ciento, lo que representa que los establecimientos de crédito cuentan con un nivel que duplica el mínimo requerido de 9 por ciento”.

También hay que rescatar una orientación que no ha cambiado de norte. “Mantener la confianza construida en el sistema financiero será siempre una prioridad pues se trata de un atributo necesario para el crecimiento”, dice la directora de Fogafín, Juanita Lagos. Y agrega: “para ello, el país cuenta con una arquitectura institucional de carácter técnico, con funciones claras y con los instrumentos y mecanismos necesarios para enfrentar los retos que las diferentes coyunturas económicas demanden”.

De tal manera, la lectura que da el equivalente de los signos vitales de la actividad muestra que el paciente se mantiene sano. Aparte de ello, en materia coyuntural la situación de liquidez se ha normalizado, ante lo cual más de uno asegura que lo peor quedó atrás.

Por otra parte, en la medida en que la inflación continúa por la senda descendente –según lo corroboró el reporte que entregó el Dane la semana pasada– el alivio para quien debe plata a una institución financiera debería hacerse más notorio. Más allá de las cábalas que hacen los analistas sobre lo que determinará el Emisor en lo que queda de 2024, no es aventurado decir que vendrán una serie de recortes significativos en los intereses, con lo cual más gente podrá ponerse al día en sus obligaciones.

Aun así, hay riesgos que subsisten. Para citar un caso, incluso si en el segmento de consumo la presión disminuye, existen temores en otras áreas por cuenta de los tropiezos que enfrentan la construcción o el comercio, para solo citar dos renglones claves.

Ello quiere decir que este año también traerá desafíos. Por esto es indispensable un trabajo conjunto entre sector financiero y la superintendencia del ramo para sortear los obstáculos que se presenten.

Además, las señales provenientes del Gobierno introducen un elemento de zozobra que crea aversión al financiamiento de varios renglones productivos. A la larga, aparece la posibilidad de que tenga lugar una contracción en la oferta de crédito porque las exigencias que se hagan para aprobar un crédito sean mayores.

Nada de ello le sirve a una economía que cojea y necesita andar a un ritmo mucho más veloz. Por tal motivo, combatir la incertidumbre y volver realidad las promesas de que se desea trabajar en el campo de la reactivación productiva debería encabezar la agenda de la política oficial.

De lo contrario, tomará más tiempo revertir lo que ya se ha retrocedido. Para citar un caso, los economistas saben que hay una correlación positiva entre el índice de profundización financiera –cartera de créditos como proporción del producto interno bruto– y la capacidad de progresar de un país.

Dicho indicador llegó a estar por encima del 55 por ciento en 2020, pero Asobancaria calcula que se ubicará en cerca de 46 por ciento en 2024, guarismo similar al observado en 2014. Recuperar el terreno perdido solo será posible si tanto las familias como los empresarios consideran que están dadas las condiciones para gastar o invertir más, acudiendo a las fuentes de crédito.

Mientras ese no sea el caso, lo que cabe en la mente de muchos banqueros es una aproximación defensiva que consiste en no arriesgarse en exceso para evitar futuros dolores de cabeza. Y eso da lugar a una estrategia que apunta a prolongarse hasta que se vea la luz al final del túnel. Porque, como lo acaba de confirmar el difícil tránsito de 2023, prevenir siempre es y será mejor que lamentar.

Ricardo Ávila Pinto

Especial para EL TIEMPO

 @ravilapinto

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